Soy Josh –nickame por confidencialidad– y soy un joven de 25 años que actualmente está libre de las chicas doradas.
Todo empezó con mi trabajo actual, en el que tengo un salario bastante competitivo. Esto, obviamente, me convierte en un tiro al blanco debido a mis ingresos mensuales vs mi edad y capacidad de pago. Empecé aceptando una tarjeta, la cual utilicé mejor de lo que esperaba; luego acepté la segunda, la cual manejaba en conjunto con la primera de manera ordenada; y luego la tercera, la cual vino a hacer el trío dinámico junto a las otras dos.
Siempre me he considerado un obsesivo compulsivo con mis finanzas y cada vez que aceptaba a una chica plástica, designaba la misma fecha de corte de tal manera que pudiera cancelar el famoso “total a pagar” en una misma fecha y así empezar desde cero.
Recuerdo que establecí un presupuesto de $300.00 dólares para estas tres tarjetas, eso era lo máximo que podía utilizar, y lo destinaba a compras que normalmente no podía hacer en efectivo debido a las “promociones” que me aparecían. Las compras en línea, comidas en restaurantes, fines de semana en hoteles y salidas a las discotecas eran uno de esos gustos culposos que me tenían atado a las chicas plásticas – mis tarjetas de crédito.
No puedo ser mentiroso y decir que me sobregiré con las tarjetas, sin embargo, era bastante doloroso para mí depositar cada mes $300.00 en los bancos y lo más doloroso aún era ver mis estados de cuenta en: restaurantes, hoteles y gastos innecesarios que me dejaban sin un peso en la mano 15 minutos después de recibir mi pago… siempre tenía que recurrir a las tarjetas para poder comprarme algo que no estaba incluido en mis gastos fijos –pago de casa, carro, mesada de mi mamá, etc.–; llegué a un punto donde no tenía presupuesto para irme de compras y fue ahí donde empecé a preocuparme.
Vi también cómo el presupuesto de tarjetas subió de un mes a otro de $300.00 a $400.00 ya que mi mente decía “voy a pagar esto con el bono adicional que obtendré en mi pago el próximo mes por productividad”. Realmente no estaba siendo justo conmigo mismo.
Toqué fondo el día en que por circunstancias de la vida tuve que dejar mi hogar y me vi forzado a abandonar mi casa de un día a otro, quise aplicar a un crédito hipotecario y los bancos me decían que debía cancelar tarjetas de crédito ya que mi capacidad no podía cubrir mi deuda de carro, tarjetas y ahora casa. Tuve que irme a alquilar.
En ese momento recuerdo que empecé a leer este blog y habían cosas que las veía inalcanzables, era el mes de noviembre y la única solución era destinar parte de mi aguinaldo para cubrir esas deudas. Sí, mi esfuerzo de todo un año se destinaría a deudas en salidas con personas que ya ni siquiera hablaban conmigo, en compras de ropa que ni siquiera utilizaba y otros gastos más que no aportaron nada a mi salud financiera.
Fue de esta manera que empecé mi plan “cero deudas” y tomé la decisión de utilizar parte de mi aguinaldo para cancelar todas esas deudas –el total a pagar ya era mucho mayor– y procedí a pedir finiquitos de cancelación. La otra mitad del aguinaldo la ingresé en una cuenta de ahorro y fue ahí donde me puse el reto de ahorrar la prima de mi casa.
Estando libre de las tarjetas, sintiéndome mucho mejor por tener una cuenta de ahorro con poco dinero pero que estaba destinada para un buen proyecto de vida, me sentí mucho más enfocado. Gracias a mis esfuerzos logré una promoción laboral y mis ingresos incrementaron, hice caso omiso a ese incremento salarial y lo utilicé para alimentar mi cuenta de ahorros: el error de muchos jóvenes es que entre más ganamos, más gastamos.
Fui capaz de ahorrar para la prima de mi casa, sometí mi caso al banco y gracias a Dios puedo decir que estoy en el proceso de adquisición de mi vivienda, que si bien es cierto es una deuda, creo que es una inversión que será para mi propio bien y que me permitirá enfocarme en cosas realmente necesarias y decirle NO a las chicas doradas.