Recetas para cuando la vida te hace comer mi€rd4: nuestro volcán interior.

Siempre me he preguntado: ¿qué sentirían los discípulos de Jesús al verlo cargar su propia cruz y caerse varias veces, golpeado por sus captores? Pero más aún, lo que las escrituras nos cuentan sobre su inmensa paz, de saber que estaba cumpliendo con su deber sagrado. Debió ser desolador por la impotencia y el desconcierto.

Grandes hombres como Sócrates, Giordano Bruno, entre otros, compartieron este elemento en común. Sus discípulos los visitaron estando en la cárcel, a punto de enfrentar la muerte por una aparente injusticia, y decidieron quedarse, rechazando ser rescatados.

Esto es un ejemplo de fortaleza moral y aceptación de la realidad tal cual es. Representa una cualidad que nadie puede regalar y que demuestra una verdadera formación interior.

En el camino de la vida, cada uno tendrá su viaje individual. Todos experimentaremos momentos de éxito y fracaso, nos acercaremos y alejaremos de nuestro propósito. Sin embargo, este artículo está dedicado a esos momentos en los que sentimos que la vida es duramente injusta con nosotros.

Mi mentor, al enseñarme sobre la comunicación asertiva, explicó que todos tenemos un temperamento y un carácter. Aunque existen diversas teorías al respecto, compartiré mi reflexión.

El temperamento es la respuesta emocional primaria, lo que viene en nuestro ADN y lo que copiamos en nuestra edad temprana para reaccionar a las exigencias de la vida. El carácter es la construcción emocional de características adquiridas y desarrolladas de la personalidad y la fortaleza interior que construimos para superar los obstáculos de la vida. En esta perspectiva, el carácter sería una especie de dique o buffer que administra el temperamento hasta que lo educamos.

¿Qué sucede cuando el evento es repentino o demasiado fuerte para ser administrado por nuestra fuerza interior? Explotamos… pero no todos tenemos la misma forma de expresarlo. Algunos gritan, golpean, lloran, se desmayan. Otros se ocultan, se encierran, se alejan. Lo cierto es que se expresa una parte de nosotros que no es agradable ver y que, en muchas ocasiones, va en contra de nuestra moral o de nuestros límites saludables de convivencia.

El símbolo que me vino a la mente cuando decidí escribir este artículo fue el de los volcanes, cuyas explosiones son eventos violentos y espectaculares que ocurren cuando la presión acumulada en el interior de la tierra, se libera repentinamente.

En el caso de la psique humana, el fenómeno puede suceder súbitamente, con un evento contundente o por la acumulación paulatina de sucesos a los que no les damos salida correcta. Es una experiencia en gran parte evitable. Si el evento es por acumulación, podemos encontrar espacios para liberar la presión hablando con buenos amigos, coaches, psicólogos, mentores, etc. Ya compartí algunas reflexiones al respecto en el artículo de «hacer clinch». Pero si es un momento súbito, no vamos a tener tiempo ni fuerzas para detener el proceso; nos quedará aprender de la experiencia.

Si estás atravesando un momento así o ya lo pasaste y no tienes con quién compartirlo, quiero ofrecerte algunas reflexiones que me ayudaron a atravesar mi propio volcán interior. Compartí la experiencia en el podcast «Conversaciones Nobles» en el episodio 48 «Enfrentando a mi Padre».

Lo primero es que no hay un suceso humano que no sea propio de la naturaleza humana. Esto no justifica que, si lo que hiciste es duro o una transgresión a la moral, la ley o algo similar, esto no deba ser enfrentado. Pero no es algo que solo tú hayas vivido. Brene Brown, en su libro «El poder de la Vulnerabilidad», menciona un estudio en el que pidió a una muestra de personas, aceptable para un estudio doctoral, que escribieran un episodio de su vida que les provocara una profunda vergüenza y pensaran que nadie más lo hubiera vivido. El evento que menos se repetía lo hacía cuatro veces.

Todos somos seres grises. Tenemos una visión optimista de ser buenos, éticos y cumplir con las reglas de convivencia, pero lo cierto es que no podemos preciarnos de no tener defectos. Lo que se haya expresado de nosotros en ese momento en el que perdimos los estribos solo muestra que la máscara que usamos se cayó. Se vio una parte de nuestro ser que debe ser trabajada y educada.

Descubrir una parte de nosotros que estaba oculta es a lo que Jung llamaba conocer la sombra, ese aspecto que todos tenemos, que negamos, que no nos gusta aceptar. Tenemos pocas formas de descubrirlo, por un lado, con el espejo de personas que nos incomoden y por otro con este tipo de eventos. Debbie Ford, en su video documental sobre «El Efecto Sombra», explica lo que ella llama «el efecto de pelota de playa». En su imaginación, todos estamos lidiando con aspectos no tan gratos de nuestra personalidad que, cuando tenemos la guardia baja, se expresan. El símbolo que usa es el de un nadador que está tratando de mantener una pelota de playa bajo el agua en una piscina, pero que, al descuidarse, la pelota sale repentinamente y le golpea.

Una forma importante de transmutar un suceso de esta importancia es poder expresarlo verbalmente. En los grupos de recuperación, por ejemplo, se hace un inventario moral y se intenta abordar a las personas afectadas para pedir perdón. No siempre vamos a recibir el perdón, pero podemos escribir, acercarnos y hacer nuestra parte con un respectivo propósito de enmienda. La vergüenza es muy sensible a la expresión verbal. Una vez decimos algo que nos pesa, sale de nuestro sistema y comenzamos a sanar. Pero debemos sentirnos en un ambiente de confianza donde encontremos compasión. Entendiendo esta palabra como la compañía en la oscuridad sin juicio y sin intentar poner luz, solo compañía, una mano amiga comprensiva.

Ahora bien, un volcán al hacer erupción produce destrucción a su paso, sepulta ciudades como León Viejo en Nicaragua o Pompeya en Italia, pero fertiliza, produce piedras preciosas y genera vida.

Cuando vivimos un suceso de esta envergadura, que nos sobrepasa, vivir la experiencia y reflexionar sobre los aspectos que reconocimos también deja varias enseñanzas útiles. Si las abordamos con humildad, nos servirán para estar más preparados para la vida, por ejemplo:

  1. Un mejor autoconocimiento: conocer quienes somos en realidad, volvernos más conscientes de nuestros defectos, descubrir que somos grises, que tenemos un lado bueno y un lado por trabajar, como cita en su libro La Rueda de la Vida, Elizabeth Kübler Ross: «Todos podemos ser Hitler o Madre Teresa, de nosotros depende qué potenciamos». Este es un punto de partida indispensable para el crecimiento en todos los aspectos.
  2. Desarrollo de la vulnerabilidad: al sentir que no controlamos todo como pensamos regularmente, adquirimos la posibilidad de acercarnos a lo incómodo e indigesto de nuestra personalidad para trabajarla y educarla. Pero también nos abrimos a comprender a los demás y aprendemos a respetar y empatizar.
  3. Construimos una mayor fuerza interior para afrontar con entereza dificultades que antes nos quitaban el equilibrio emocional.
  4. Abrimos la puerta a una redención real que será un bálsamo para nuestras culpas y vergüenzas más íntimas.

“La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir.” – Carl Gustav Jung

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